18 de noviembre: Día Mundial para Prevenir la Explotación, los Abusos y la Violencia Sexuales contra los Niños y Promover la Sanación
Por: Angela Valverde Ortiz – Comunicadora social

Masami Aomame, de 29 años, junto con Tengo Kawana, protagonizan la novela «1Q84», de Haruki Murakami, publicada en tres tomos entre los años 2009 y 2010.
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La historia, en general, narra una serie de encuentros y desencuentros en universos paralelos con referencias orwelianas (desde el título), entre corrupción, abuso infantil, sectas y fanatismo. Aquí, Aomame se desempeña como fisioterapeuta, instructora de gimnasia y experta en artes marciales. Además, es una asesina a sueldo de muy alto nivel, contratada por una anciana «filántropa» que acoge sobrevivientes de abuso intrafamiliar y sexual, y encomienda a su poderosa y apreciada mercenaria eliminar, sin escrúpulos ni rastros, a cada uno de los agresores.
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Hoy es el Día Mundial para Prevenir la Explotación, los Abusos y la Violencia Sexuales contra los Niños y Promover la Sanación, pero la magnitud del problema exige más que la solemnidad de un calendario. En este contexto, Aomame se ha constituido en un recurrente refugio emocional ante la desgarradora realidad.
Abuso y trata de niños y niñas en cifras mundiales
Las estadísticas globales demuestran que el abuso opera con una impunidad escalofriante:
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- Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada seis niños en el mundo ha sufrido abuso sexual en la infancia. UNICEF Global estima que una de cada cinco mujeres y uno de cada catorce hombres han sufrido violencia sexual durante la infancia.
- La mayor exposición ocurre en el hogar y la escuela, y los agresores son, en su gran mayoría, hombres conocidos y cercanos a la víctima.
- Además, cerca de 1.2 millones de niños son víctimas de trata (OIT/UNICEF). Las redes se focalizan en regiones vulnerables como Europa del Este, Sudeste Asiático y Latinoamérica.
Fallas del sistema legal, en Japón y Perú
Tomemos estos dos países como referentes, aunque no son los únicos que sufren el flagelo:
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El sistema legal japonés ha tardado en reaccionar. Apenas en 2023, el Parlamento elevó la edad de consentimiento sexual de 13 a 16 años.
En junio de 2014, se prohibió la posesión de fotos reales de abuso sexual de menores. La producción y distribución de estas imágenes ya habían sido declaradas ilegales en 1999 (BBC, 2015). Pero el manga, el anime y otro tipo de representaciones gráficas han quedado fuera de la legislación, pues este contenido suele ser visto como un «hobby» que no genera daños reales a las personas.
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En Perú, la corrupción alarga los procesos y disuade a las víctimas de realizar denuncias. En Lima, entre 2012 y 2023, de 18.733 casos registrados, solo el 3.4% tuvo alguna sentencia (El Comercio).
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El escándalo de Condorcanqui (Amazonas, 2024), donde maestros abusaron de cientos de menores, visibilizó la compra del silencio a los padres por los agresores (alrededor de 1.000 soles). La indignación aumenta al saber que esta ausencia de Estado no solo facilita el abuso, sino que también incrementa la incidencia de casos de VIH en la zona.
El arte como espejo y crítica

En El amante japonés (Isabel Allende), la historia de Irina Bazili (Moldavia) confronta la realidad de la trata de personas y la explotación sexual en Estados Unidos. Como migrante, su experiencia subraya cómo las redes deshumanizan a niñas y niños, aprovechando su situación de vulnerabilidad.
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Autores y autoras de manga también han abordado estos temas, a veces mostrando la aceptación del trauma y el inicio de un proceso de mejora, como ocurre con la talentosa Ai Narata en Kageki Shoujo!, de la mangaka Kumiko Saiki.
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En La Rosa de Versalles, Riyoko Ikeda desentraña la terrible realidad de los matrimonios arreglados entre niñas y hombres adultos de la nobleza. Por su parte, Kei Urana, creadora de Gachiakuta, cuenta sin filtros la terrorífica historia de Amo, una niña vendida por su madre a un comerciante mucho mayor, que consigue sobrevivir hasta la adolescencia, cuando un grupo de personas le brinda la oportunidad de sanar.

Ōima y la subversión del estereotipo
Yoshitoki Ōima también aborda el espinoso asunto en To Your Eternity, pero lo hace confrontándonos con nuestros prejuicios:
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Hirotoshi, un hombre de 30 años representando como el estereotipo de otaku desempleado, sucio, con sobrepeso y obsesionado con personajes infantiles en el manga, anime y videojuegos, es dejado al cuidado de su hermanastra de 10 años, Mimori, debido a una decisión parental que podría definirse como negligencia criminal (el padre le dice: «Sé que eres un lolicon (Lolita complex) pero confío en que aún tienes sentido de la moral»).
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La narrativa establece la distinción entre el trastorno mental (pedofilia, paidofilia) y el delito (pederastia). Comprendo que esta diferencia conceptual puede resultar antipática, pues la tendencia es integrar la condición y la acción delictiva como unidad, de manera preventiva. Pero nos permite observar el nivel de normalización de la primera (o lo que podría parecerse a ella) en diversos contextos sociales, al punto de no ser considerada un problema por resolver, siempre que se mantenga en el ámbito de la ficción.
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A través de Hirotoshi, Oima promueve que los espectadores sintamos desasosiego y prestemos atención al riesgo. Sin embargo, a pesar de mostrar algunos rasgos de paidofilia, es el único que resulta tener sentido de responsabilidad respecto a la niña.
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Al hacer que este hombre se comporte como el adulto cuidador más proactivo, dentro de una situación aberrante, la autora obliga a la audiencia a reconocer que el mayor peligro no siempre reside en «alguien sospechoso», sino en la traición y el abandono de los adultos «funcionales» en quienes los niños y niñas confían.
El fracaso sistémico y la fantasía de justicia
El problema del abuso es integral, pero mientras la voluntad política y el presupuesto llegan por goteo, las agresiones continúan.
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La lentitud del sistema de protección y la facilidad con la que la corrupción compra el silencio nos recuerdan que la justicia oficial a menudo falla, especialmente a los pobres y las comunidades marginadas.
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Por eso, en un día dedicado a la sanación y la prevención, me permito fantasear con Aomame, la mercenaria vengadora, y recordar que cuidar y respetar a nuestros propios niños y niñas es un mandato parental; pero cuidar y respetar a los niños y niñas de otros es un imperativo ético, que no deberíamos pasar por alto como comunidad.